por Antonio Alcedo Ternero, catequeta, miembro de la Asociación Española de Catequetas (AECA) y del Equipo Europeo de Catequesis Es posible hablar de la Iglesia como un “erial”, pero también se puede ver la situación como una nueva oportunidad. Una Iglesia pequeña y bien unida está en una situación interesante para poder transformarse en pionera siendo una Iglesia muy misionera. Todos los creyentes, pastores y fieles, que están sensibilizados ante el futuro de la fe y de la Iglesia, sienten preocupación ante el momento actual y se preguntan cómo ir dando pasos hacia una nueva propuesta del Evangelio en esta sociedad y en esta cultura nuestra. Por eso resulta atractivo el testimonio de quienes, desde un punto de partida mucho más problemático que el nuestro, se preocupan de inventar caminos nuevos y de probar formas inéditas de propuesta de la fe a quienes nunca quizá se han formulado esta pregunta. Pienso que en el origen de esta atracción puede estar la sospecha –o el temor- de que, más pronto que tarde, nuestros países, un poco dormidos en la seguridad de la “vieja cristiandad”, tengan que comenzar a plantearse las mismas cuestiones y con la misma premura que nuestros hermanos del Este. ¿No decimos que nuestra secularización es “galopante”? ¿No vemos cómo, junto a una todavía sostenida pastoral de “mantenimiento” (que, por mucho que se diga, continúa bien vigente), las nuevas generaciones de adultos y sobre todo de jóvenes y niños están ya creciendo sin Dios? Asumir la realidad Una primera actitud, en la que descubro una invitación a muchos de nuestros agentes pastorales, es la de encarar la realidad sin lamentos y sin nostalgias. Los datos estadísticos de Alemania del Este son escalofriantes. Pero los que aún son creyentes no se desmoralizan ni se amedrentan por ello. Es su realidad, y de ella han de partir para seguir proponiendo el Evangelio. Reconocen, en verdad, que se puede hacer una lectura pesimista y otra optimista de los datos. Es posible hablar de la Iglesia como un “erial”, pero también se puede ver la situación como una nueva oportunidad. “La situación en Alemania del Este, desde el punto de vista estadístico, es tan precaria que apenas tiene nada que perder: corriendo riesgos solo puede ganar. Esta Iglesia pequeña y bien unida está en una situación interesante para poder transformarse en pionera siendo una Iglesia muy misionera” (Paul Zulehner). Un aspecto quizá nuevo desde la sociología de la religión es la aparición de quienes se dicen a-religiosos: no son post-religiosos, ni anti-religiosos, sencillamente lo religioso es una dimensión desconocida, inexistente, ajena a sus vidas. A nosotros nos cuesta entender esta postura, pero tenemos que esforzarnos por imaginarla. Nuestro entorno está impregnado de elementos religiosos cristianos (aunque no se quieran reconocer como tales o se ignore su significado). En esos entornos de Europa del Este, trabajados durante años por el ateismo militante, se han producido estos resultados. Y los cristianos saben que es ahí donde tienen que esparcir la semilla de la Palabra de Dios e invitar a acoger el Evangelio. En referencia a nuestro contexto, me pregunto si hemos hecho, o estamos haciendo, un análisis serio de la religiosidad que vive nuestra gente. Es fácil afirmar que, por lo general, la religiosidad no se ha perdido, pero ¿vale contentarse con eso? ¿Puede decirse que esa religiosidad, tal como hoy se presenta, es un punto de partida para la evangelización? ¿No confundimos quizá esa religiosidad con la fe, con lo que, subliminalmente, nos estamos ahorrando hacer un planteamiento serio de la primera evangelización? Puede que el testimonio de humildad y de realismo que aparece en la monografía que comentamos, nos indique una actitud que tendríamos que imitar para no seguir viviendo en el sueño de que “eso” a nosotros no nos va a pasar Cómo situarse ante los que no creen Para quienes se preocupan por un acercamiento a los no creyentes, es importante definir el punto de partida en que se sitúan. Y un paso primordial es responder a estas dos preguntas: ¿Cómo vemos a nuestros posibles interlocutores? Y ¿qué pretendemos al dirigirnos a ellos? Interesa dejar constancia de cómo plantea el tema en Alemania Oriental Eberhard Tiefensee, sacerdote y filósofo: “un «territorio de misión» en el que el anuncio cristiano irrumpe por primera vez en un ambiente arreligioso estable. Lamentablemente este ambiente se revela hasta ahora como altamente resistente a los esfuerzos misioneros de cualquier tipo”. Una característica que resulta sorprendente, pero que conviene no perder de vista para poder diagnosticar bien la situación es la que se indica: “No se ha observado mayormente una crisis de orientación ni un vacío de sentido, algo que, tras el hundimiento en Alemania Oriental de la ideología marxista-leninista se temía o incluso se esperaba por parte de algunas instancias misioneras. El contexto social de Alemania Oriental, tanto en el ámbito de la postura ante los valores como en el de las actitudes vitales, se muestra asombrosamente estable y resistente a la crisis: es persistentemente a- religioso”. Quizá pocas veces se hayan podido expresar con tanta crudeza los signos de la ausencia de Dios en la cultura y en la vida de las personas. Sería interesante poder analizar cuáles son las referencias “últimas” de quienes viven en esta a-religiosidad. La cultura alemana es amante de la reflexión (siempre ha sido Alemania tierra de filósofos), frente a nuestra cultura española, mucho más propensa a la superficialidad. Pero la ponencia que comentamos no alude a este aspecto. De todas formas, en el punto siguiente, cuando veamos los ejemplos de acciones pastorales que han proyectado, podremos atisbar por dónde piensan ellos que es posible “romper la coraza” de un planteamiento a-religioso de la vida para hacer una propuesta de apertura al mundo de lo trascendente. A la hora de proyectar una acción de la Iglesia y de sus agentes pastorales hacia los no creyentes, conviene muy bien tener claros los principios y las actitudes de partida. Los tres que se apuntan son esenciales, y pienso que resultan útiles también en contextos que no sean tan radicalmente ajenos a una religiosidad, como puede ser nuestro contexto cultural español. No subestimar el abismo que se da entre el anuncio cristiano y los no cristianos a quienes se dirige. Suele darse siempre un problema de lenguaje que dificulta la comunicación, sin mala voluntad por parte de ninguno de los interlocutores. Siendo conscientes de ello, será necesario un esfuerzo por hallar terrenos “comunes” en que el diálogo y el intercambio de sentimientos sean posibles. Abstenerse de menospreciar a la otra parte. Los prejuicios y los estereotipos hacen mucho daño a un posible diálogo evangelizador. El ejemplo de Jesús en los evangelios es claro: Él se dirige siempre a la persona concreta, dejando a un lado su condición social. Si antes de dirigirnos a una persona, ya la hemos catalogado –o, peor, acusado- no estaremos en disposición de hacerle una propuesta que sea buena noticia de parte de un Dios que la ama. La Iglesia debe clarificar sus objetivos, sin ocultar las propias debilidades. Hay detrás de este principio una actitud pastoral que a veces se olvida: “Las personas a-religiosas no son personas abandonadas por Dios –una atribución que hay que rechazar con cuidado- porque nadie queda fuera de la voluntad salvífica de Dios. Primero está Dios y después viene el misionero”.

Fragmento de “Repensar la primera evangelización”, artículo publicado en la revista española CATEQUÉTICA (España) de Mayo-junio de 2010